SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El “trabajo obrero” es una creación paciente y meticulosa. Es el reverso de la creación del capital.-

 

La doble función del capitalista no la realiza, normalmente, él mismo sino, a través de sus equipos.

Estos trabajadores que forman el equipo directivo del capitalista, por desempeñar trabajos propios del capital, nunca han sido considerados como parte del movimiento obrero, sino como parte del otro extremo en la relación capital-trabajo.

Estos agentes del capitalista aparecen con dos caras. Unos representan “el saber” y otros “el mando”. Unos conocen y aplican la técnica, los otros aplican la disciplina y exigen la obediencia.

La rama de los “sabios” investiga la posible aplicación a la producción de los principios científicos, con la condición de que aumenten la ganancia del capital. Esto normalmente significa una simplificación de las tareas mediante la introducción de técnicas (máquinas) que permiten prescindir de un cierto número de trabajadores, o bien, de producir más con el mismo número de éstos.

Todos estos fenómenos que analizamos son parte de lo que se conoce como división del trabajo.

A nosotros nos interesa mencionarlo aquí para tener un mejor conocimiento de cómo se ha ido formando lo que llamamos la relación del capital y el obrero. Para ir tomando conciencia de que dicha relación está asentada sobre unos datos concretos que no cabe desconocer cuando se dice que se va a cambiar.

Esos datos concretos nos obligan a colocar al obrero en el centro del cambio.

Si el partido comunista ruso dice que va a suprimir el capitalismo, los obreros rusos podrían haber pensado que los iban a cambiar a ellos, que iban a cambiar la relación de trabajo que tenían con el capital. Sin embargo, pensarían: cómo se cambia un obrero para que no siga siendo obrero; cómo se cambian todos los equipos de “sabios” y de “mando” que son los que hacen que la empresa funcione en una determinada dirección día a día; o es que ya no harán falta ni los sabios ni el mando.

Y recordarían cómo el tipo de trabajo que desempeñan ellos, el trabajo de un obrero, no se crea espontáneamente. Al obrero hay que crearlo paso a paso. Estos pasos son históricos (es decir, reales, concretos y conocidos). Cada paso que hemos estudiado al repasar la creación, la formación del capital, es un paso en la creación en la formación del trabajo obrero.

Todas las transformaciones que el capital promovió (división del trabajo en la manufactura, cooperación de esos trabajos parciales, introducción de las máquinas, aplicación de nuevas energías) tocó de lleno a los obreros, en el sentido de que fue creando el “molde” en el que desempeñarían su función. Pero ninguna de estas transformaciones podría ser bien entendida, bien explicada, si no se ve debajo de todas ellas su finalidad primera: apropiarse, aprovecharse, del trabajo de los obreros.

Eso, principalmente, significa al capitalismo. Eso significa “trabajar como obrero”.

Hemos repetido varias veces que el trabajo siempre se presenta en la realidad en una forma concreta, bajo unas condiciones concretas. El trabajo en general, no existe como realidad, es un concepto.

El trabajo obrero es la forma concreta que toma el trabajo cuando se presta por cuenta de un capitalista. Y eso significa que este trabajo ha ido adaptándose, a lo largo de siglo y medio, a la finalidad que con él persigue el capitalista: obtener la máxima ganancia.

La división de las tareas en la manufactura, la cooperación posterior de los trabajadores para combinar sus distintos trabajos, la aplicación de los conocimientos científicos, y la utilización de nuevas fuentes de energía, no las ha introducido el trabajador para obtener alguna ventaja. No. Todo se ha realizado a iniciativa y bajo la dirección del capitalista y para su beneficio.

Esto quiere decir que las modificaciones que va adoptando el trabajo no son novedades técnicas sin más, sino que son modificaciones técnicas que permiten una mayor ganancia al capitalista.

En conjunto, todas las modificaciones en la forma de prestar el trabajo, han significado, de un lado, enriquecer la función, el papel, del capitalista (equipos de “sabiduría” y de “mando”), y por el otro lado, el empobrecimiento progresivo del papel de trabajador (obediencia, disciplina, ignorancia del significado de su trabajo en el conjunto de la empresa), es decir, la conversión de su trabajo en “trabajo obrero”.

La enorme crecida de la productividad del trabajo en estos años que estudiamos, se produce en estas condiciones concretas que hemos citado: creciente ganancia del capitalista, iniciativa y creatividad total por su parte, y absoluto dominio del mando y la dirección del proceso; con la correspondencia, por parte del obrero, basada en la obediencia, la disciplina y la ignorancia.

Estas condiciones, hemos dicho, toman cuerpo en el propio proceso y forman ya un todo con él. En una empresa capitalista nos encontramos ya como un dato todos estos procesos. En las propias máquinas y su funcionamiento viene ya introducido el papel del obrero en el conjunto de la empresa.

Por todo ello, resultaría sorprendente que en una revolución obrera se le diera la vuelta a esta situación, tan laboriosamente creada y tan sólidamente asentada.

La experiencia rusa no parece que en ningún momento se propusiera desmontar este “aparato” productivo que tan buenos resultados había dado a quien lo manejaba en todos los países. En todo caso, esta unidad básica en la producción capitalista, la empresa, se mantuvo en sus rasgos esenciales. Trabajo obrero, disciplinado y obediente; dirección dotada con “sabiduría” y “mando”, y todo ello supeditado a obtener los resultados estudiados y decididos en todo caso, fuera de la empresa.

Esto último quiere decir que los obreros no podían hacer nada para dejar de ser obreros. Puesto que, como hemos visto, el reparto de “papeles” (de funciones) dentro de la empresa, venía decidido desde fuera, y la decisión consistió en no cambiarlos, en mantenerlos como estaban cuando la empresa era capitalista.

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